Se quedó sin trabajo en Córdoba y emprendió junto a su familia el regreso a su provincia. Solicitó permiso hace cuatro meses, nunca llegó. “Hay días que no comemos”, dice. Se da tras el caso del joven que intentó cruzar a nado y murió ahogado en el río Bermejo.
Daniel Romero tiene 28 años y vive en un país donde no hay cuarentena pero donde se puede someter a las personas a condiciones atroces por supuestas restricciones sanitarias. El gobierno de Formosa frena el paso de sus ciudadanos en Mansilla, a 70 kilómetros de la capital provincial, los libra a su suerte y los desconoce. Mientras Cancillería dice que ya repatrió a todos los argentinos varados en el exterior, cientos de compatriotas son obligados a vivir sobre el pavimento en las rutas nacionales.
Daniel fue trabajador rural durante nueve años en un tambo en San Basilio, un pueblo en Río Cuarto, provincia de Córdoba. Allí vivía junto a su esposa y a su hijo Gonzalo, de cuatro años. Cada dos meses, juntaba francos y viajaba a visitar a sus seres queridos en su tierra natal: Mojón de Fierro, localidad situada unos pocos kilómetros al norte de la capital formoseña. Pero en los últimos meses todo cambió: fue intervenido por cálculos en la vesícula y le dieron un mes de reposo. En el transcurso del posoperatorio, recibió la notificación de que había sido despedido. Allí empezarían los días de angustia y de incertidumbre.
El joven solicitó la autorización para ingresar a Formosa hace más de cuatro meses, antes de quedarse en la calle. Cuenta que vivieron 15 días en la casa de un amigo antes de emprender la vuelta. El permiso nunca llegó, luego vino la internación y la desesperación: casi sin dinero y sin empleo, solo quedaba regresar a casa y empezar de nuevo. Junto a Johana y a Gonzalo viajó con su camión durante dos días desde Córdoba hasta Puerto Eva Perón, localidad chaqueña a 70 kilómetros del ingreso a Formosa, y allí la policía lo retuvo. Como no tenían el certificado aprobado, los dejaron a un costado de la ruta 11, donde están desde el 4 de octubre junto a otras personas en la misma situación. “Nadie contesta, nadie atiende y nadie da esperanzas”, lamenta.
Llevan 16 días viviendo a la intemperie y en condiciones infrahumanas: no tienen más comida y dependen exclusivamente de lo que les den los camioneros que pasan por la zona. La policía no los deja entrar al pueblo para abastecerse y alimentarse: “Hay días que no comemos”. En la zona hay temperaturas de más de 35° y la sensación térmica supera los 40°. Además, las fuertes lluvias de los últimos días hicieron que se les mojaran los colchones que traían desde Córdoba y que tuvieran que refugiarse bajo un acoplado: “Debajo de esto por lo menos tenemos sombra”, cuenta Daniel.
Gonzalo Romero es el hijo de Daniel y de Johana, tiene tan solo cuatro años y sufrió picaduras en las piernas. Por las reacciones y las ampollas en la piel y porque levantó fiebre en las últimas horas, su papá cree que fue producto de arañas que hay en el lugar donde están durmiendo: “Pido que los dejen pasar a él y a Johana. No tengo problemas en esperar uno, dos o tres meses. Si hay que pagar que me digan cuánto es, pero esto ya no es vida”.
Según Cancillería, Argentina ya repatrió a todos los varados en el exterior. ¿No será hora de que el Estado se ocupe de las atrocidades que se viven en los límites interprovinciales del interior? ¿O Nación seguirá haciendo la vista gorda frente a todos estos casos en la provincia gobernada por el amigo Gildo, a quien el Presidente describió alguna vez como “uno de los mejores políticos y seres humanos”?
